Julián tenía pasiones samaritanas. Un día recogió en el patio a un pájaro herido en un ala que no podía levantar el vuelo... Durante días estuvo curándole pacientemente. Julián era corcovado de nacimiento y corto de estatura. Después un choche le fracturó una pierna y quedó cojo para siempre y contrahecho. Pese a su desgracia tenía siempre buen humor, carecía de complejos y se gastaba bromas a sí mismo...
... Yo le apreciaba mucho y me enternecía la delicadeza que ponía en cuidar a su pajarillo. Le llamaba Pichi y hablaba con él como si le entendiera.
Cuando le curó el ala le dio la libertad. El pajarillo revoloteó un poco, pero inseguro volvió a posarse en el hombro de Julián. Le siguió cuidando, le adoptó y se hicieron inseparables. Pichi, según iba mejorando, hacía cada vez vuelos más largos, pero regresaba siempre. Era conmovedor ver a Julián dándole de comer. Se colocaba migas de pan en los labios y el pajarillo, posado en su hombro, las picoteaba moviendo sus alas con regocijo. Así vivieron unas semanas pendientes el uno del otro. Julián era feliz y le mimaba como a un niño. Sólo de noche se separaba de él: le metía en una pequeña jaula con agua y comida, pero le dajaba la puerta abierta.
Un día, como tantos, Julián tomó el pájaro en su mano, sacó su brazo entre las rejas de la ventana que daba al patio de la prisión, le dio un beso y le dijo:
- Hala, a volar!- y Pichi inició su vuelo acostumbrado.
Normalmente tardaba poco en volver pero aquel día se estaba retrasando y a Julián se le veía preocupado. Pasó horas esperando, mirando a la ventana, pero Pichi no volvió nunca jamás. Julián se quedó desconsolado, le faltaba algo, se sentía solo, abandonado y triste y pasaba horas junto a la reja avizorando el cielo.
Algún tiempo después, en una de las ventanas que daban a la calle de Porlier se posó una paloma y Julián se acercó presuroso con unas migas de pan. Pero, al acercarse, la paloma temerosa levantó el vuelo. Julián no se rindió. Dejaba cada día las migas en el alféizar de la ventana y la paloma volvía, picoteaba las migas entre zureos de felicidad y cada vez aceptaba un poco más la cercanía de su protector. Julián intentó dar un paso más: un día se encaramó a la ventana, sacó su brazo entre las rejas y esperó pacientemente a que llegara la paloma, con las migas de pan sobre la palma de su mano exendida. De pronto sonó un disparo y Julián se desplomó estrepitosamente contra el suelo. Acudimos a socorrerle, pero fue inútil, tenía un tiro en la mitad de la frente. Sobre su pecho estaban esparcidas las migas de pan que no pudieron llegar a su destino. Le tomamos en brazos, pesaba muy poco, y le llevamos corriendo a la enfermería. No pudo hacerse nada. Cuando llegamos Julián había dejado de existir...
... No era el primer preso que moría de un tiro por asomarse a una ventana.
... Al día siguiente volvió puntualmente la paloma, pero Julián no pudo acudir a la cita.
Marcos Ana, Decidme cómo es un árbol, págs. 85-87. Umbriel Editores-Tabla Rasa, 2007.
Marcos Ana fue detenido en 1939 y condenado a muerte. Permaneció encarcelado durante 23 años ininterrumpidos: toda su juventud y la mitad de su vida. En esa Universidad dolorosa escribió los poemas que traspasaron las cárceles y llevaron su nombre a través del mundo, contribuyendo a desencadenar una campaña de solidaridad en su favor. Fue uno de los primeros presos políticos españoles defendidos por Amnistía Internacional.